Hoy escribe Antonio Piñero
Hoy presentamos un libro breve (unas 190 páginas de texto), claro, pedagógico, ordenado…, y sobre un tema a nuestros ojos interesante. He aquí sus datos:
Dan Jaffé, El Talmud y los orígenes judíos del cristianismo. Jesús, Pablo y los judeocristianos en la literatura talmúdica. Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009, 203 pp. Traducción de Víctor Morla de un libro publicado en Francia en 2009. ISBN: 978-84-330-2353-7.
La obra es un estudio histórico sobre la sociedad judía de la antigüedad clásica, de los siglo I al V/VI de nuestra era, y sobre la literatura que nos dejado hasta hoy (obras del círculo de la Misná, Tosefta y Talmud), es decir, de los escasos textos que en ellas hablan del cristianismo y de sus orígenes, y de sus figuras principales: Jesús y Pablo.
Tras la caída del Templo de Jerusalén, al final de la Primera Gran Revuelta judía contra Roma, los judíos prominentes en el cultivo de la Biblia y la religión, entonces "rabinos", más tarde denominados los “sabios”, (los judíos los llaman también “tanaítas”hasta el siglo II; “amoraítas” desde comienzos del III hasta el final de la composición del Talmud: siglo VI/VII¿?), cayeron en la cuenta de que no podrían subsistir como nación si no llevaban a cabo lo que se ha llamado un “repliegue identitario”, a saber concentrarse en sus señas de identidad.
Naturalmente había que vivir sin el culto de un Templo que ya no existía; había que concentrase en la lengua hebrea como vehículo de la revelación, en la literatura bíblica, sobre todo la ley de Moisés, había que hacer hincapié en su expansión, en la denominada “revelación oral” -es decir, las normas más modernas, derivadas o no de la Ley, que los sabios habían ido desgranando hasta entonces en sus comentarios y que, hechas de buena fe, se creían un desarrollo de normas o leyes complementarias recibidas por Moisés mismo también en el Sinaí, como complemento de la ley escrita-; había que runirse en torno a la oración, la observancia del sábado con la asamblea en las sinagogas centradas en torno a la observancia de la Ley , y había que seguir practicando la circuncisión. Sobre todo ello desarrollaron los sabios interpretaciones legales muy precisas que se denomina la halakhá, el “camino”, que se fueron difundiendo y que ellos mismos, los sabios, se encargaron de recalcar que eran de obligatorio cumplimiento para todo buen judío.
Desde este punto de vista, los “sabios” cayeron también en la cuenta en seguida que la multiplicidad de las corrientes intelectuales de la época hasta la destrucción del Templo (“sectas” judías con una teología rabiosamente distinta, pero que se consideraban igualmente judíos, por su concepto de elección como pueblo de Dios, y por el cumplimiento de la misma Ley), no podía ya ser permitida. Hacerlo podría significar la aniquilación del pueblo judío como tal.
Entre los grupos que subsistieron a la crisis del 66-70 d.C. se hallaban los seguidores judíos de Jesús. Según el autor, los judeocristianos no se solidarizaron con los otros judíos rebeldes a Roma, y prefirieron huir a la ciudad de Pella, en Transjordania (lo cual es muy dudoso: no tiene en cuenta los estudios de G. Strecker y S. G. F. Brandon que ponen más que en duda esta tradición, recogida por Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, III 5,2-3).
Huyeran o no a Pella, los “sabios”, que no estaban para bromas con los romanos, acogieron muy mal la creencia en el mesianismo de Jesús o los intentos de situar a éste en la esfera de Dios que albergaban los judeocristianos. Rápidamente declararon su hostilidad al judeocristianismo porque era un peligro para la unidad.
Jaffé pone de relieve cómo esos "sabios" promovieron a finales del siglo I un movimiento que pretendió y consiguió expulsar a los judeocristianos de la sinagoga. En esta época hay que tener en cuenta que no se distinguía bien un judío de un judeocristiano: ambos frecuentaban la sinagoga y ambos cumplían la Ley en lo fundamental. No se podía tener enemigos en el propio seno.
Jaffé insiste en que no fueron los judeocristianos los que “se fueron”, sino que los sabios criticaron ásperamente su teología y consiguieron expulsarlos –entre otros medios añadiendo a la oración denominada “Las dieciocho bendiciones” (hebreo, Shemoné Esré), que todo judío debe recitar tres veces al día, una “bendición” inaceptable para el judeocristianismo, que pedía a Dios que acabara con los “herejes” (los minim, ellos) de un modo violento.
A los judeocristianos les fue imposible entonces asistir a unos oficios sinagogales en los que tenían que maldecirse a sí mismos. Así pues, ellos mismos se alejaron pasiva y resignadamente de la sinagoga. Los judeocristianos duraron hasta el siglo IV como fuerza activa y luego desaparecieron lentamente, considerados como herejes tanto pos los cristianos como por los judíos.
La explicación de este proceso es muy claro en la obra de Jaffé, quien se basa en la exégesis y comentario de textos muy elegidos del Talmud, sobre todo: las premisas de la ruptura (cap. 1), la “ruptura anunciada” (cap. 2) y la “ruptura consumada” (cap. 3: aquí se estudian los restos de críticas a los Evangelios –probablemente designados como guilyonim, en el Talmud). Todo la exposición es clara, concisa y ordenada, redondeada al final por “conclusiones” que resumen muy nítidamente el proceso y los resultados.
Las relaciones posteriores a la ruptura se estudian en los capítulos dedicados a los efectos a la larga de la XII bendición, la Birkat-ha-minim (como decimos, la que maldice a los cristianos, y algunos episodios de las malas relaciones entre ambas comunidades, cristiana y judía.
Hay también dos capítulos dedicados a Jesús en la obra que comentamos. El primero (cap. 6)) estudia un pasaje talmúdico, tratado Sanhedrin 107B, que presenta al Nazareno como discípulo de los sabios del Talmud (naturalmente, un hecho para nada histórico), cuya aclaración sirve a Jaffé para aclarar cómo vieron, muy mal (Jesús fue un pésimo discípulo, mago, hereje, engañador del pueblo), los judíos de los siglos talmúdicos (hasta el siglo V/VI) a Jesús.
Este capítulo no aborda todos los textos que hablan, aunque muy crípticamente, de Jesús en el Talmud, sino fundamentalmente este sólo, el arriba mencionado, por lo que la aportación de Jaffé debe completarse con el trabajo, accesible aún hoy día, de R. T. Herford, Christianity in Talmud und Midrash, Londres 1903, que fue precisamente la base, con su recogida exhaustiva de textos, de la serie que dedicamos a Jesús en el Talmud en el otro blog hace ya tiempo.
Jaffé coincide con otros historiadores en presentar a un Jesús totalmente judío, que no quiebra en absoluto el marco de su religión, que no se considera divino y que no pretende fundar religión alguna.
El otro capítulo dedicado a Jesús (cap. 8: “Una mirada judía sobre Jesús. La opinión de los historiadores”) hace el autor un repaso breve, pero claro y directo en lo esencial, de sólo 5 historiadores judíos de los siglos XIX y XX que escribieron monografías importantes sobre el Nazareno:
• Joseph Salvador (1796-1873; obra de 1833, cuyo título francés traduzco: “Jesucristo y su doctrina. Historia del nacimiento de la Iglesia, de su organización y de su progreso durante el siglo I”),
• H. Graetz (París 1867), “Sinaí y Gólgota, o los orígenes del judaísmo y del cristianismo seguido de un examen crítico de los Evangelios antiguos y modernos” (también en francés, aunque su lengua original fue el alemán, pero nunca se publicó en ese idioma),
• Joseph Klausner (su Jesús de Nazaret está traducido al castellano)
• David Flusser, cuyo Jesús, también tiene traducción castellana, creo que en Cristiandad, hace bastantes años, en la década de los 70. Lectura de hace años…
• Geza Vermes, de quien cita dos libros, Jesús el judío. Los evangelios leídos por un historiador(trad. espíritu. De Barcelona 1994) y otro, traducido al francés del que no conozco versión española, Enquête sur l’identité de Jésus. Nouvelles interpretations (París 2003).
Las páginas de Jaffé son breves y enjundiosas. Todos estos autores reseñados por él se caracterizan por su consideración de Jesús como judío íntegro, fiel a la Ley, de elevadísima moral, muy enraizado en la piedad galilea, carismático, maestro de la ley, profeta anunciador del Reino de Dios, etc., rasgos que han llegado a formar consenso hoy entre los estudiosos de Jesús y del judaísmo del siglo I.
Jaffé insiste en dos ideas más, comunes a la visión sobre Jesús de estos historiadores: todos coinciden en que
· Hay “añadidos ulteriores y lecturas cristológicas en los Evangelios que deben separarse nítidamente de la historia de Jesús”; y, segunda,
· En que los “principios doctrinales y las enseñanzas que conforman el mensaje nuclear de Jesús son fruto, en gran medida, de la literatura judía precedente o contemporánea a él” (p. 200).
Finalmente, hay un capítulo, breve, pero excelente, sobre Pablo de Tarso, que lanza al aire muchas ideas sobre posibles perspectivas judías modernas –después de tantos siglos de ignorancia y desprecio- acerca de la doctrina de Pablo y posibles ámbitos de estudio, pero que se concentra en sólo un campo pero fundamental: ¿cómo fue posible que un judío, y de ascendencia farisea –según Jaffé- llegar a formular tales doctrinas tan revolucionarias sobre la ley de Moisés?
Y la respuesta es clara: era posible porque el judaísmo del siglo I, hasta la crisis del 70 d.C. era inmensamente variado en su teología. Si se considera a Pablo desde esa perspectiva, se llegará a ver que el floreer de su pensamiento era posible. Otros “rabinos”, gnósticos, por ejemplo, llegaron a formular cosas más terribles para el judaísmo que las del propio Pablo. Jaffé, por otro lado destaca cómo Pablo es poco consistente en sus ideas (diferencias en torno a las concepciones de la Ley en Gálatas y Romanos, y dentro de Romanos mismo). “La ideología religiosa parecía disonante entre los miembros de la sociedad judía del final de la época del Segundo Templo (siglo I a.C. – siglo I d.C.)” (p. 160).
Jaffé que esta postura camina en la dirección correcta: hay que repensar a Pablo en la perspectiva de un judaísmo diríamos “superplural” a mediados del siglo I: la imagen de Pablo es la de un judío de su época en desacuerdo con otros judíos en cuestiones fundamentales –lo que era muy normal- como la abrogación de la Ley con la llegada del mesías y en otros puntos doctrinales.
En síntesis, pienso que el libro de Jaffé es una excelente ayuda para comprender algunos, e importantes, de los muy complicados y crípticos pasajes de la literatura misnaica y talmúdica que se refieren a los cristianos, a los evangelios, a Jesús y a Pablo. El libro, como dije al principio, se lee muy bien, y es de fácil de lenguaje. La traducción de Víctor Morla parece buena, y suena bien en general.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Hoy presentamos un libro breve (unas 190 páginas de texto), claro, pedagógico, ordenado…, y sobre un tema a nuestros ojos interesante. He aquí sus datos:
Dan Jaffé, El Talmud y los orígenes judíos del cristianismo. Jesús, Pablo y los judeocristianos en la literatura talmúdica. Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009, 203 pp. Traducción de Víctor Morla de un libro publicado en Francia en 2009. ISBN: 978-84-330-2353-7.
La obra es un estudio histórico sobre la sociedad judía de la antigüedad clásica, de los siglo I al V/VI de nuestra era, y sobre la literatura que nos dejado hasta hoy (obras del círculo de la Misná, Tosefta y Talmud), es decir, de los escasos textos que en ellas hablan del cristianismo y de sus orígenes, y de sus figuras principales: Jesús y Pablo.
Tras la caída del Templo de Jerusalén, al final de la Primera Gran Revuelta judía contra Roma, los judíos prominentes en el cultivo de la Biblia y la religión, entonces "rabinos", más tarde denominados los “sabios”, (los judíos los llaman también “tanaítas”hasta el siglo II; “amoraítas” desde comienzos del III hasta el final de la composición del Talmud: siglo VI/VII¿?), cayeron en la cuenta de que no podrían subsistir como nación si no llevaban a cabo lo que se ha llamado un “repliegue identitario”, a saber concentrarse en sus señas de identidad.
Naturalmente había que vivir sin el culto de un Templo que ya no existía; había que concentrase en la lengua hebrea como vehículo de la revelación, en la literatura bíblica, sobre todo la ley de Moisés, había que hacer hincapié en su expansión, en la denominada “revelación oral” -es decir, las normas más modernas, derivadas o no de la Ley, que los sabios habían ido desgranando hasta entonces en sus comentarios y que, hechas de buena fe, se creían un desarrollo de normas o leyes complementarias recibidas por Moisés mismo también en el Sinaí, como complemento de la ley escrita-; había que runirse en torno a la oración, la observancia del sábado con la asamblea en las sinagogas centradas en torno a la observancia de la Ley , y había que seguir practicando la circuncisión. Sobre todo ello desarrollaron los sabios interpretaciones legales muy precisas que se denomina la halakhá, el “camino”, que se fueron difundiendo y que ellos mismos, los sabios, se encargaron de recalcar que eran de obligatorio cumplimiento para todo buen judío.
Desde este punto de vista, los “sabios” cayeron también en la cuenta en seguida que la multiplicidad de las corrientes intelectuales de la época hasta la destrucción del Templo (“sectas” judías con una teología rabiosamente distinta, pero que se consideraban igualmente judíos, por su concepto de elección como pueblo de Dios, y por el cumplimiento de la misma Ley), no podía ya ser permitida. Hacerlo podría significar la aniquilación del pueblo judío como tal.
Entre los grupos que subsistieron a la crisis del 66-70 d.C. se hallaban los seguidores judíos de Jesús. Según el autor, los judeocristianos no se solidarizaron con los otros judíos rebeldes a Roma, y prefirieron huir a la ciudad de Pella, en Transjordania (lo cual es muy dudoso: no tiene en cuenta los estudios de G. Strecker y S. G. F. Brandon que ponen más que en duda esta tradición, recogida por Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, III 5,2-3).
Huyeran o no a Pella, los “sabios”, que no estaban para bromas con los romanos, acogieron muy mal la creencia en el mesianismo de Jesús o los intentos de situar a éste en la esfera de Dios que albergaban los judeocristianos. Rápidamente declararon su hostilidad al judeocristianismo porque era un peligro para la unidad.
Jaffé pone de relieve cómo esos "sabios" promovieron a finales del siglo I un movimiento que pretendió y consiguió expulsar a los judeocristianos de la sinagoga. En esta época hay que tener en cuenta que no se distinguía bien un judío de un judeocristiano: ambos frecuentaban la sinagoga y ambos cumplían la Ley en lo fundamental. No se podía tener enemigos en el propio seno.
Jaffé insiste en que no fueron los judeocristianos los que “se fueron”, sino que los sabios criticaron ásperamente su teología y consiguieron expulsarlos –entre otros medios añadiendo a la oración denominada “Las dieciocho bendiciones” (hebreo, Shemoné Esré), que todo judío debe recitar tres veces al día, una “bendición” inaceptable para el judeocristianismo, que pedía a Dios que acabara con los “herejes” (los minim, ellos) de un modo violento.
A los judeocristianos les fue imposible entonces asistir a unos oficios sinagogales en los que tenían que maldecirse a sí mismos. Así pues, ellos mismos se alejaron pasiva y resignadamente de la sinagoga. Los judeocristianos duraron hasta el siglo IV como fuerza activa y luego desaparecieron lentamente, considerados como herejes tanto pos los cristianos como por los judíos.
La explicación de este proceso es muy claro en la obra de Jaffé, quien se basa en la exégesis y comentario de textos muy elegidos del Talmud, sobre todo: las premisas de la ruptura (cap. 1), la “ruptura anunciada” (cap. 2) y la “ruptura consumada” (cap. 3: aquí se estudian los restos de críticas a los Evangelios –probablemente designados como guilyonim, en el Talmud). Todo la exposición es clara, concisa y ordenada, redondeada al final por “conclusiones” que resumen muy nítidamente el proceso y los resultados.
Las relaciones posteriores a la ruptura se estudian en los capítulos dedicados a los efectos a la larga de la XII bendición, la Birkat-ha-minim (como decimos, la que maldice a los cristianos, y algunos episodios de las malas relaciones entre ambas comunidades, cristiana y judía.
Hay también dos capítulos dedicados a Jesús en la obra que comentamos. El primero (cap. 6)) estudia un pasaje talmúdico, tratado Sanhedrin 107B, que presenta al Nazareno como discípulo de los sabios del Talmud (naturalmente, un hecho para nada histórico), cuya aclaración sirve a Jaffé para aclarar cómo vieron, muy mal (Jesús fue un pésimo discípulo, mago, hereje, engañador del pueblo), los judíos de los siglos talmúdicos (hasta el siglo V/VI) a Jesús.
Este capítulo no aborda todos los textos que hablan, aunque muy crípticamente, de Jesús en el Talmud, sino fundamentalmente este sólo, el arriba mencionado, por lo que la aportación de Jaffé debe completarse con el trabajo, accesible aún hoy día, de R. T. Herford, Christianity in Talmud und Midrash, Londres 1903, que fue precisamente la base, con su recogida exhaustiva de textos, de la serie que dedicamos a Jesús en el Talmud en el otro blog hace ya tiempo.
Jaffé coincide con otros historiadores en presentar a un Jesús totalmente judío, que no quiebra en absoluto el marco de su religión, que no se considera divino y que no pretende fundar religión alguna.
El otro capítulo dedicado a Jesús (cap. 8: “Una mirada judía sobre Jesús. La opinión de los historiadores”) hace el autor un repaso breve, pero claro y directo en lo esencial, de sólo 5 historiadores judíos de los siglos XIX y XX que escribieron monografías importantes sobre el Nazareno:
• Joseph Salvador (1796-1873; obra de 1833, cuyo título francés traduzco: “Jesucristo y su doctrina. Historia del nacimiento de la Iglesia, de su organización y de su progreso durante el siglo I”),
• H. Graetz (París 1867), “Sinaí y Gólgota, o los orígenes del judaísmo y del cristianismo seguido de un examen crítico de los Evangelios antiguos y modernos” (también en francés, aunque su lengua original fue el alemán, pero nunca se publicó en ese idioma),
• Joseph Klausner (su Jesús de Nazaret está traducido al castellano)
• David Flusser, cuyo Jesús, también tiene traducción castellana, creo que en Cristiandad, hace bastantes años, en la década de los 70. Lectura de hace años…
• Geza Vermes, de quien cita dos libros, Jesús el judío. Los evangelios leídos por un historiador(trad. espíritu. De Barcelona 1994) y otro, traducido al francés del que no conozco versión española, Enquête sur l’identité de Jésus. Nouvelles interpretations (París 2003).
Las páginas de Jaffé son breves y enjundiosas. Todos estos autores reseñados por él se caracterizan por su consideración de Jesús como judío íntegro, fiel a la Ley, de elevadísima moral, muy enraizado en la piedad galilea, carismático, maestro de la ley, profeta anunciador del Reino de Dios, etc., rasgos que han llegado a formar consenso hoy entre los estudiosos de Jesús y del judaísmo del siglo I.
Jaffé insiste en dos ideas más, comunes a la visión sobre Jesús de estos historiadores: todos coinciden en que
· Hay “añadidos ulteriores y lecturas cristológicas en los Evangelios que deben separarse nítidamente de la historia de Jesús”; y, segunda,
· En que los “principios doctrinales y las enseñanzas que conforman el mensaje nuclear de Jesús son fruto, en gran medida, de la literatura judía precedente o contemporánea a él” (p. 200).
Finalmente, hay un capítulo, breve, pero excelente, sobre Pablo de Tarso, que lanza al aire muchas ideas sobre posibles perspectivas judías modernas –después de tantos siglos de ignorancia y desprecio- acerca de la doctrina de Pablo y posibles ámbitos de estudio, pero que se concentra en sólo un campo pero fundamental: ¿cómo fue posible que un judío, y de ascendencia farisea –según Jaffé- llegar a formular tales doctrinas tan revolucionarias sobre la ley de Moisés?
Y la respuesta es clara: era posible porque el judaísmo del siglo I, hasta la crisis del 70 d.C. era inmensamente variado en su teología. Si se considera a Pablo desde esa perspectiva, se llegará a ver que el floreer de su pensamiento era posible. Otros “rabinos”, gnósticos, por ejemplo, llegaron a formular cosas más terribles para el judaísmo que las del propio Pablo. Jaffé, por otro lado destaca cómo Pablo es poco consistente en sus ideas (diferencias en torno a las concepciones de la Ley en Gálatas y Romanos, y dentro de Romanos mismo). “La ideología religiosa parecía disonante entre los miembros de la sociedad judía del final de la época del Segundo Templo (siglo I a.C. – siglo I d.C.)” (p. 160).
Jaffé que esta postura camina en la dirección correcta: hay que repensar a Pablo en la perspectiva de un judaísmo diríamos “superplural” a mediados del siglo I: la imagen de Pablo es la de un judío de su época en desacuerdo con otros judíos en cuestiones fundamentales –lo que era muy normal- como la abrogación de la Ley con la llegada del mesías y en otros puntos doctrinales.
En síntesis, pienso que el libro de Jaffé es una excelente ayuda para comprender algunos, e importantes, de los muy complicados y crípticos pasajes de la literatura misnaica y talmúdica que se refieren a los cristianos, a los evangelios, a Jesús y a Pablo. El libro, como dije al principio, se lee muy bien, y es de fácil de lenguaje. La traducción de Víctor Morla parece buena, y suena bien en general.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario